Mi patria es mestiza como la puesta del sol,
forjada con sangre de héroes y sudor de obrero.
Cada día esperanzas resucitan de la tierra.
Leyendas de lucha bajan de las sierras,
evocando a quienes desafiaron el acero
del yanqui invasor y el yugo español.
El ejemplo vivo de un mártir y su gesta.
La pluma de un poeta que hizo historia.
Un grito de libertad y de protesta
que culminó con la gloria de una victoria.
Amo a mi país por la calidez de mis hermanos.
Sencillas sonrisas te abren su casa.
Hombres y mujeres con virtud te abrazan.
Una tierra con tesoros de potencial humano.
Pero contiendas nuevas trae cada estación.
Vivo en una nación condescendiente,
donde su prole, con la espalda al frente,
ignora dócil y lerda su ruta de colisión.
Embriagados de fétida indiferencia
pelotones de sus jóvenes hijos,
se vuelcan egoístas a sí mismos,
adorando símbolos de decadencia.
Un país donde la valía de tanta gente
declina por la triste cultura del “más vivo”,
que aplaude al sagaz, astuto y agresivo
sobre el honesto, noble y prudente.
Un pueblo impuntual,
sin cultura por la lectura.
La honestidad no dura
donde nadie compite igual.
Muere el respiro de la selva.
El estómago importa más que el planeta.
Una tierra que otrora brillaba repleta
de aguas claras y colores de vida
hoy agoniza por la tala homicida
del que vaga libre de su celda.
Un pueblo con amnesia política y electoral.
Enajenado, con parches en los ojos,
siguiendo una bandera gobernada al antojo
de demagogos, vitalicios de poder y doble moral.
En una esquina, promiscuas compañías
engordan sin generar capital humano.
En la otra, me engulle la pereza y el desgano
esperando donaciones que me arreglen el día.
Pero basta ya de señalar la viga en ojos ajenos.
¿Qué hago yo por el cambio que se requiere,
para ser de aquellos hombres y mujeres
que nuestra nación echa de menos.
No será un partido o un presidente
el que hará en mi destino la diferencia.
Sino la acción motivada por la conciencia
del que estima a su nación y su gente.
Amaré a mi pueblo por sus heridas,
por sus brazos fuertes que trabajan,
por las dignas lágrimas que cuajan
nuestra historia, nuestra fe, nuestra vida.